Luis subió el cerro desde su casa hasta la finca familiar en Alta Luz, Huatusco. Cuando llegó, el estómago se volvió plomo y la sangre se le fue a los pies: las dos hectáreas cafetaleras estaban infectadas de roya, ese hongo maldito que amenaza al café del sur de México y Centroamérica.
Con las manos juntas y rectas y movimientos violentos, la mamá de Luis, Amalia Morales, explica con mímica la decisión familiar de talar todos los árboles y empezar de cero el negocio heredado de generación en generación.

“A tirar la finca y otra vez a sembrar”, dice Amalia, una mujer chaparrita, morena y fuerte que siempre lleva sombrero. Su hijo, Luis Quijano, completa la idea: “llamamos a especialistas de la Universidad de Chapingo, les pedimos ayuda para combatir la plaga”.
La roya amenaza los plantíos desde finales de los 80, pero en 2012 volvió a Veracruz, Chiapas y Oaxaca fortalecida por las sequías, el aumento de humedad y un clima más cálido a mil 300 metros sobre el nivel del mar. El cambio climático haciendo sentir sus efectos.
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La pérdida del plantío de la familia Quijano sucedió hace poco más de tres años. El esfuerzo por recuperarse no sólo ha sido en cultivar y cosechar las cerezas rojas con aroma dulce y floral del cafeto, sino comercializar su propia marca.

¿Por qué no venden la cosecha a empresas grandes? Porque el esfuerzo de dos y medio años que toma que la planta produzca se reduce a seis pesos el kilo, ocho cuando bien les va.
Mejor ellos tuestan los granos, los muelen y venden el oloroso polvo oscuro a 200 pesos el kilo con su marca, Café Alta Luz, bautizada así para hacer honor a la tierra donde todo inició y que sigue proveyendo a la tercera generación Quijano de cafetaleros.
Pero el esfuerzo en solitario sólo vuele el proceso más difícil. Sin apoyos gubernamentales suficientes para hacer crecer al campo y una plaga que amenaza con terminar las fincas mexicanas, las cooperativas han sido el salvavidas de los cafetales en esta zona montañosa de Veracruz.

“Si a veces yo no tengo producto, mis vecinos me pasan y puedo vender. Lo mismo hacemos nosotros con ellos”, explica Luis, quien a sus 26 años lleva a su familia de una feria de productores mexicanos a otra, “ahorita está de moda el café, están apoyado a los cafetaleros y viene con fuerza este movimiento, eso nos hace inspirarnos otra vez”.
¿Qué piensan del café comercial? A Luis se le levantan levemente los lentes con el gesto desdeñoso que hace. “No es café”, dice tajante, “tiene muchos químicos y usan endulzantes que hacen daño. El café se toma negro, si vas a la montaña ves señores de 80 años que todos los días toman café porque es natural, porque es mexicano”.